Nunca pensé que iba a escribir esto. Menos desde una banca de madera, con el sol dándome directo en la cara, y un olor a tierra mojada que me recuerda a mi infancia, pero en otro continente.
Cusco no estaba en mis planes. O sí, pero no así. No sé si te ha pasado: tienes una idea romántica de un lugar, ves fotos, lees blogs, haces listas. Y cuando llegas, todo te parece… medio armado. Medio Instagram. Como si estuvieras dentro de una película que otros ya actuaron antes.
Eso me pasó con Perú. Hasta que dejé de seguir el guión.
La ruta que no seguí
Venía desde Chile y estaba visitando Tacna. El plan era sencillo: hacer un poco de todo sin apurarme, comer rico y algunas compras. Un día, un alemán en el hostal (creo que se llamaba Uwe) me dijo: “no sigas buscando en internet, todo lo bueno no está ahí”.
Me reí. Pero le hice caso.
No sé cómo, terminé subido a un bus rumbo a Cusco, sin hotel, sin tour, sin esa obsesión de “aprovechar el tiempo”.
A veces, el mejor plan es no tener uno.
El punto de quiebre
Cusco te recibe como si no tuviera apuro. La ciudad es un ruido suave, entre colonial y andino, como si estuviera a punto de despertarse siempre, pero no quisiera. Caminé sin rumbo hasta que me empezó a doler la cabeza. Me comí unas «papitas con huevo» y crema picante (¿por qué pica tanto?) y hablé con una señora que me vendía hojas de coca que me recomendó comprar una bolsa y prepararme una infusión casera (para el mal de altura).
Después de unos días, sentí que no quería moverme más. No fui a Machu Picchu ese día, ni el siguiente. Ni sé si lo haré. Y no me siento mal por eso. Porque encontré otra cosa.
La experiencia más simple y más fuerte
En una esquina cualquiera, con una pared pintada a mano y un perro dormido al costado, vi un cartel que decía: “no vendemos tours, compartimos caminos”.
Pensé que era broma. Pero entré. Adentro, un hombre con acento capitalino me saludó como si me conociera. No me ofreció nada. Me preguntó qué había visto hasta ahora, qué me había gustado, y si sabía a qué olía el cacao en Quillabamba.
Le dije que no. Y al día siguiente, ya estaba subido en una Van con otras 5 personas, rumbo a un lugar que jamás habría encontrado en Google.
No te voy a contar todo porque hay cosas que se viven y ya. Solo te digo que ese día vi cómo se hace el cacao, me metí al río con los pantalones puestos, y terminé comiendo arroz con plátano en la casa de una familia que ni hablaba mi idioma, pero me miraba como si sí.
¿Y esto a ti qué?
No lo sé. Pero si estás leyendo esto y estás por venir a Cusco, capaz te sirva saber que no tenés que tener todo resuelto. Que está bien no ir a donde van todos. Que está bien esperar, dejarse llevar, hablar con alguien en la calle, elegir lo raro, lo humano, lo que no sale primero en los resultados de búsqueda.
Si querés un consejo, buscá eso: personas, no productos.
Hay agencias chicas que no parecen agencias. Hay caminatas que no están en TripAdvisor. Hay días que no tienen nombre, pero te cambian algo adentro.
Yo solo quería eso. Y lo encontré.
Posdata
Me dijeron que si escribía algo sobre mi experiencia, les serviría para que otros como yo se animen.
Así que nada, dejo esto acá, sin presión: 👉 www.inkajungletour.com
No tienen logo brillante ni influencers. Pero saben lo que hacen. Te escuchan y te ayudan con el circuito que necesitas.
Capaz los necesites. Capaz no.
Pero si los encontrás, saludalos de mi parte.
JP.