Vivimos en una época donde la palabra «imperio» se asocia con corrupción y decadencia, pero cuando pensamos en los incas, la percepción cambia. Las crónicas españolas a menudo los retrataron como un pueblo de alta moralidad, aborreciendo la homosexualidad. Pero, ¿era esa la historia completa?
La historia oficial del Tahuantinsuyo nos ha llegado, en gran parte, a través de las crónicas de los conquistadores españoles. Hombres como Pedro Cieza de León, conocido por su «Crónica del Perú», retrataron a los incas como un pueblo virtuoso, que castigaba con severidad lo que él denominaba el «pecado nefando» de la sodomía. En su relato, los incas eran un modelo de pureza, un contraste notable con otras civilizaciones de la época. Sin embargo, ¿qué sucede cuando profundizamos en estos mismos textos y descubrimos detalles que contradicen la narrativa principal?
Martín de Murúa, otro cronista, corroboró la existencia de castigos severos, como la quema en la hoguera para aquellos que practicaban la homosexualidad. No obstante, las mismas crónicas que pintaban este cuadro de rigor moral también revelaban un lado secreto y contradictorio de la élite inca. A pesar de la condena pública, la homosexualidad existía en los círculos de poder, protegida por una dualidad moral que permitía lo que se prohibía a la gente común.
La clave de este misterio reside en una figura poco conocida: el pampairuna. Este término quechua, traducido por los españoles como «hombres de la pampa» u «hombres públicos», se refería a una clase específica de individuos, a menudo jóvenes andróginos, que eran seleccionados desde la niñez para servir en los templos. Estos jóvenes, que vestían como mujeres, eran destinados a satisfacer las necesidades sexuales de la nobleza y los sacerdotes incas.
Los Yanacuna Pampairuna: Prostitutos Sagrados en el Corazón del Imperio
El estatus del pampairuna era único y sorprendentemente privilegiado. A diferencia de la prostitución femenina, que era despreciada, los pampairuna gozaban de una protección especial y eran considerados como «yanacona especiales», sirvientes dedicados al estado o al culto solar. Eran el equivalente masculino de las Acllas, las «vírgenes del sol», quienes eran reclutadas para tejer y servir al Inca y al dios Sol. Al igual que las Acllas, los pampairuna recibían sustento, instrucción y vestimenta de lujo. Sus túnicas eran tejidas con la preciada cumbi, la tela más fina reservada para la nobleza.
El dominico Domingo de Santo Tomás informó a Cieza de León sobre la existencia de templos donde «hombres que desde niños eran obligados a vestir como mujeres y eran penetrados en ocasiones sacras por señores y principales.»
Los pampairuna no eran una excepción a las leyes incas, sino que formaban parte de un sistema dual donde las normas públicas no aplicaban a la élite. Eran símbolos vivientes de la hipocresía que existía en el Tahuantinsuyo.
El cronista indígena Juan Santa Cruz Pachacuti Yamqui Salcamaygua, en su obra, va más allá y describe cómo estos jóvenes eran criados específicamente para la prostitución, recibiendo incluso mejores pagos que las prostitutas femeninas. Habla de casos en los que nobles incas, como el rey mochica Siequich, adquirían grandes cantidades de jóvenes cuzqueños para su disfrute personal, e incluso la leyenda de un noble que alquiló un templo entero para tener a un pampairuna exclusivamente para él. Es fascinante pensar en el contraste de esta historia con la visión comúnmente aceptada del Valle Sagrado de los Incas, un lugar que a menudo solo vemos a través de la majestuosidad de sus templos y ruinas, sin profundizar en las complejidades humanas de sus habitantes. Este valle, corazón del imperio, no solo fue el centro de su poder, sino también el escenario de sus más profundos secretos.
Humanidad en sus Muros: Más Allá del Mito del «Superhombre Inca»
Esta dualidad moral no era exclusiva de los incas. A lo largo de la historia, muchos imperios han mostrado la misma dicotomía entre las leyes impuestas al pueblo y los vicios practicados por sus gobernantes. La nobleza francesa del siglo XVII organizaba orgías secretas en Versalles mientras el pueblo era castigado por delitos menores. El Imperio Inca, a pesar de sus logros y su aparente orden, no estaba exento de la naturaleza humana. Como señaló el Inca Garcilaso de la Vega, los incas permitían a los pueblos conquistados conservar sus costumbres «que no fuesen contra ley natural» y castigaban a los «sodomitas» en ciertos lugares. Pero la evidencia de los pampairuna nos muestra que esa ley, en los círculos de poder, podía ser interpretada de manera muy flexible.
- La hipocresía en la élite: El caso de los pampairuna demuestra que las leyes morales severas del Tahuantinsuyo eran principalmente para el control social de la población, no para la nobleza.
- La dicotomía de los cronistas: Los propios textos que condenan la homosexualidad también contienen las pistas de su práctica clandestina y protegida.
- La humanidad detrás del mito: El «superhombre inca» idealizado por los cronistas y la historia moderna es desmitificado por las evidencias de pasiones y contradicciones muy humanas.
Los incas intentaron imponer un sistema moral rígido a través del poder político. Sin embargo, la historia nos enseña que las penas y el rigor político no pueden cambiar la naturaleza humana, una inclinación al error que, como en cualquier otro imperio, también habitaba en los corazones de sus líderes.
Al final, las crónicas no nos muestran un imperio de superhombres moralmente superiores, sino un pueblo de seres humanos con las mismas imperfecciones, luchas y contradicciones que encontramos hoy. Detrás de los templos de piedra y las leyes rigurosas, se escondían secretos que demuestran la complejidad del corazón humano, un corazón que necesita una transformación más profunda que la que cualquier ley puede ofrecer.
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